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miércoles, 25 de mayo de 2011

COMENZANDO A VIVIR:


Durante ese verano, Nuria ya se había acostumbrado a despertarse sobresaltada, empapada de sudor y con el corazón roto en mil pedazos. Lo que hacía a continuación ya era todo un ritual: cuando lograba darse cuenta de dónde estaba, extendía el brazo derecho y encendía la pequeña lámpara fea y con algún nombre sueco aún más feo que su sueldo de dar clases particulares de inglés a niños maleducados le permitía comprarse en Ikea; tras esto, miraba la hora que se reflejaba en las luces de neón verdes del despertador que se encontraba justo al lado de una amarillenta biblia que había heredado de sus padres como ‘el tesoro de la familia’ pero sin enterarse siquiera de en qué zona horaria vivía. Suponía que era de noche, pero tampoco eso lo tenía claro, de hecho, no tenía nada claro desde que su marido murió…


Tras quedarse largo rato boca arriba con la mirada puesta en el agrietado techo contemplando la inmensidad de la oscuridad, se levantaba de la cama haciendo grandes esfuerzos y caminaba lentamente hasta el cuarto de baño intentando que la esquina de algún mueble y uno de sus dedos meñique no sufrieran una dolorosa colisión. Una vez allí, encendía la luz y evitaba mirarse en el espejo, si ya estás horrenda durante el día, no quieras ni imaginarte cómo estarás recién levantada, se decía a sí misma la cansada Nuria.

Cansada no de trabajar ni de limpiar su pequeño piso, de hecho, hacía meses que no entraba un niño ni salía polvo alguno de esa casa. En realidad había perdido la cuenta de hacía cuanto que había caído en esta extenuación constante en la que vivía… Quizá tenía esa sensación desde que se casó con Luis, un señor un par de años mayor que ella por el que Nuria nunca sintió mayor afecto que el que le tenía a su taza del café favorita. Oséase, nulo. Nunca supo muy bien el porqué de su matrimonio, a lo mejor se casó por miedo a la soledad, por miedo a no tener un motivo por el que levantarse de la cama cada día para preparar el desayuno. Cuando le dio la noticia a su madre veinte años atrás, ésta le dijo: ¿Y aún no te has decidido? Con esa cara de amargada y esa nariz de cerdita Peggy que tienes, yo no me lo pensaría demasiado.

Una noche de principios de septiembre de ese mismo verano, Nuria volvió a despertarse con un nudo en la garganta tras soñar con Cuba y con vivir feliz en una casa blanca al lado de la playa junto con un mulato, o dos, que le propiciaran orgasmos cada vez que ella los solicitara. Otra vez la cruda realidad hacía añicos sus más anheladas fantasías: tenía más de 50 años, vivía en un piso cutre del extrarradio de Madrid y lo más cerca de un orgasmo que ha estado en toda su vida fue cuando de pequeña se le rompió el himen mientras montaba en bicicleta.

Tras levantarse con los pies dormidos de la taza del váter, decidió, sorprendentemente, observar su rostro y su alma en el espejo: vale mamá, tenías razón… tengo una nariz de cerdita Peggy y una cara de amargada que tira para atrás. A lo primero no puedo hacerle nada, pero lo segundo quizá si esté en mi mano remediarlo.

A la mañana siguiente, y tras dormir como hacía tiempo que no dormía, se acercó hasta el banco y retiró todo el dinero ahorrado durante su vida en una cuenta de pensiones que tenía junto con Luis, ‘no creo que venga a reclamármelo’, pensó. Después fue a la primera agencia de viajes que encontró y pagó los casi 400 euros que costaba el vuelo de ida hasta la soñada tierra del chachachá, de los viejos Cadillac americanos y de los sementales mulatos.

Cuando el inmenso avión despegó, Nuria sintió un pánico terrible; no por el hecho de que era la primera vez que volaba, que también, sino porque era la primera vez en su vida en que le tuvo miedo a la muerte: ¿cómo voy a morirme ahora si es cuando realmente estoy comenzando a vivir?.

2 comentarios:

  1. Me ha encantado la historia de esa tal Nuria: conmovedora e irónica a partes iguales... Espero que se lo pasara bien en Cuba ;)

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  2. Guau! Chulisimo!! A ver si os dejáis de tanta chuminada y publicáis mas relatos como éste! ^^

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